dimanche 31 juillet 2016

Elogio a unas manos




Manos hacedoras, curtidas, toscas o finas,
de todas las edades, de todos los colores humanos.
Femeninas o masculinas, las manos humanas cuentan historias. 
Como los rostros, hablan del paso del tiempo, de los oficios, 
de los esfuerzos, de los encuentros y desencuentros.

Las manos que amo son finas, de natural distinción,
como su dueña.
Bellas, inquietas, expresivas en sus movimientos, 
firmes en el que hacer, sutiles en el gesto medido, sugestivas,
de piel mate, jóvenes para siempre.
Las veo trabajar, precisas y minuciosas en la penumbra. 
Concentradas, ellas manejan con elegancia la ilusión, 
la esperanza de los que no creemos y en la que habitamos, 
prontos para el asombro. 

Me emocionan.

Otras veces las veo apoyadas en una mesa de café, 
una sobre otra, compañeras. 
O risueñas,
buscando algo en el fondo del misterio 
insondable del bolso de su dueña. 
Excitadas pero precisas al armar un cigarrillo.
Familiares, protectoras sobre un libro,
Decididas y certeras sobre cordaje y ébano, dueñas del sonido.
Las observo cuando puedo, temeroso de decir, 
de herir o de ser inoportuno. 
Creo que ellas lo sienten cuando se cierran 
- raramente- alrededor de mi brazo.

Las imaginé,  tejiendo con hilos de pena en larga vigilia.
A veces abro las puertas de la noche, 
me instalo en su profunda soledad
y trato de imaginar como será sentirlas en las mías, 
o en mi rostro, o deslizarse por mi frente.
Y me pregunto qué luz alumbraría esa gracia.